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Era una de esas noches cálidas en las que el aire es tan suave sobre la piel que apenas puedes distinguir entre sueño y realidad. Estaba medio tumbada en la cama, con el tanga de seda apenas insinuado sobre la piel. La tela era tan fina que incluso mis pensamientos vibraban en ella. Aún podía oír tu voz, profunda, ligeramente traviesa, como si hubieras adivinado lo que pasaba por mi cabeza. "Piensa en mí", dijiste antes de colgar. Una sonrisa se dibujó en mis labios. Hice más que eso: mis dedos jugaron con la tela de mi tanga, tiraron de ella, dejaron que volviera a su sitio. El roce era apenas perceptible y, sin embargo, me recorrió como un susurro secreto. Te imaginé mirándome, tu mirada recorriendo lentamente mis curvas, como si estuvieras absorbiendo cada detalle. Tu mirada favorita... si creías que no me daría cuenta. Me puse de lado, envolví una almohada entre mis muslos. El tanga se aferraba a mí como tus manos en mis sueños. Te imaginé apartándolo, sólo con la punta del dedo, muy despacio, juguetona, curiosa. Sentí que el corazón me latía más deprisa a medida que mis pensamientos se enredaban más y más contigo. La tela ya no era sólo finísima: estaba mojada. De mí. De ti. De todo lo que había quedado sin decir entre nosotros. Cerré los ojos e imaginé que estabas aquí. Me besarías, no inmediatamente, no con avidez. Pero de la forma en que a veces me miras: llena de promesas, llena de paciencia. Murmuré tu nombre en el silencio como si fuera una palabra mágica. Mi cuerpo respondió como si lo hubieras llamado. Y aunque estaba sola, me sentí tan cerca de ti, como si estuvieras tumbada a mi lado. Puede que sólo fuera un sueño, puede que no, pero sé una cosa: esta noche volveré a soñar contigo en tanga.