ropa sudada
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Tiempo de uso en días
Refinamientos
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No hago días fáciles. Me levanto temprano, estoy en el trabajo machacándome de 9 a 5, y luego directo al gimnasio sin excusas. Entreno duro. Pesas pesadas. Alta intensidad. Empiezo a sudar a chorros en la segunda serie. Cuando voy por la mitad, mi camiseta está empapada, pegada al pecho, las mangas empapadas en las axilas. ¿Mis pantalones cortos? Se me pegan a los muslos como si estuvieran pintados. Cada centímetro de mí está trabajado, caliente y chorreante. No me detengo a refrescarme. Salgo del gimnasio con la misma ropa con la que entré, desgastada, sudorosa y apestando a esfuerzo. La gente lo nota. Ese olor espeso y crudo de un hombre que ha estado superando sus límites se desprende de mí. No es colonia. La mayoría de los hombres se avergonzarían. Yo no. Ese olor, ese calor, la forma en que mi ropa se pega a mi cuerpo, todo es prueba de que me presento y trabajo más que los demás. Mi ropa de gimnasia lo dice todo. No sólo lo llevo, sino que es mío. Y sí, he visto las miradas. Algunas personas no pueden evitar sentirse atraídas por el sudor, la fuerza, la presencia. Lo huelen y lo saben: éste es un hombre que es todo molienda, sin atajos.
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